lunes, 18 de diciembre de 2017

ANGUSTIA PRENAVIDEÑA

   Para "comenzando", cada año se me olvida la receta del malvado ponche y me consuelo pensando que en realidad, el ponche es para el frío y en Veracruz nunca hace frío de ponchear... Comienzo como dos meses antes a preparar la lista de los regalitos y, llena de angustia de bolsillo, decido que habrá regalitos sólo para los nietos y que los hijos y demás parentela se aguanten: no está el horno para bollos... 
   ¡El horno!... El año pasado, con la pierna a medio cocer, el maldito horno se negó a funcionar. Era 24 de diciembre y, por suerte, el "máistro" Vicarte llegó hecho la raya a las tres de la tarde a ponerlo en orden y es claro que me cobró medio aguinaldo... Ni modo...
   Igual que usted y sopetecientos millones en el mundo, la Navidad representa una sobrecargaa de trabajo para madres y abuelas y, tantito menos, también para los padres y abuelos que andan a la caza del vinito, la sidra, el whiskyto y otras maravillas, porque su lista de compras no pasa de esas cuestiones, a las que solamente le agregan las botanas. Cuestión de ninguna "equidad de género"... 
   Cuando, igual que usted, he terminado de poner el Nacimiento, (¿dónde demonios quedaron las luces blancas de bolitas y el pastorcito que camina a Belén?) y por supuesto, también el árbol con la estrella dorada en la punta, para lo cual hay que sacar la escalera del taller, ya está una para el arrastre y eso que es apenas el comienzo... 
   Abuela moderna, tengo en la computadora la lista de lo meramente indispensable para la temporada, que incluye todas aquellas golosinas que mis padres ponían en charolitas en la sala y que yo recuerdo con tanto amor y quiero que mis nietos lo saboreen con el mismo gusto que yo lo hice y por ello ando a la caza de turrones, nueces, castañas, avellanas, piñones, chocolates, orejones y colación: este año, la colación agravó mi angustia prenavideña. No sabe a nada y se despinta en cuando uno lo toma con la mano y eso que le cobran a uno las perlas de la Virgen y hasta el manto... 
   Hago un alto en el camino y me pregunto y no me contesto: ¿ya tienes las cervezas, refrescos, hielo, sodas, platos, vasos, cucharas, servilletas, manteles, toallas de temporada, velitas para la posada, piñatas para los niños? ¿Ya imprimiste, ¡otra vez!, la letra de pedir posada para que no les ande olvidando a todos?... No. Corro a imprimir... De paso, imprimo de una vez las tarjetas de los regalitos, que a mis nietos Arturo y Emmanuel les encanta pegar en las bolsas, mientras Paolo, el más pequeñito, seguro que aprenderá... 
   (Se me olvida pero ya me acordé: pondré una cerca electrificada alrededor del árbol y el Nacimiento, porque Paolo está comenzando a caminar y representa un peligro bárbaro: el árbol puede desmayarse...)
   En algún momento, (a las seis de la mañana con mi primer café o a las doce de la noche con el último vaso de agua), recapacito sobre todo este bárbaro trabajo... ¿Esta es La Navidad?
   NO. Esta no es la Natividad del Señor. Es una fiesta. Familiar, pero fiesta. Mis padres y toda su generación, no acostumbraron los regalos navideños. Era una fiesta, es cierto, pero recuerdo, todavía con un poco de hambre, que se tomaba el aperitivo, se comían de los dulcitos y la cena era servida después de la Misa de Gallo, que era a la medianoche, hora en la cual los niños estábamos, además de atiborrados de dulces, cayéndonos de sueño, porque todavía, antes de la cena y después de la Misa, había que cantar la Posada y acostar al Niño Jesús, con unos cantos maravillosos que recuerdo bien y que, pobres de mis nietos y toda la parentela, seguimos cantando... 
   Es verdad que la Natividad es una fiesta, para quienes somos creyentes, festejando el naciiento del Niño Jesús, "Chuchito", como le decía mi Padre con cariño. 
   Pero una "globalización" nos ha globalizado todo y ahora se entregan regalitos navideños y para colmo, al otro día hay regalitos que trae el gordo Santa Claus y cuando uno se da cuenta el maldito aguinaldo se ha vaporizado y no hay manera de arreglar el asunto... 
   Bueno: si hay forma. Porque debo confesarles que, para esta angustia prenavideña, lo primero que hago es "esconder el aguinaldo" y hacer como que no existe, cosa que usted debería hacer desde antier, para que no lo pesque la "cuesta de enero", que cuesta una pura y dos con sal y no le cuento porque ando de un navideño pero bárbaro: esconder el aguinaldo como si no le hubiera llegado nada... 
      Como doy consejos pero no me hago caso, al rato les cuento porque Petrushka, mi azafata, me acaba de entregar una lista interminable que todavía me falta... ¡Ay!
   ¡Felices Fiestas!... 
   Y nada más... 



   



   


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