sábado, 28 de octubre de 2017

FLORES DE ZEMPOALSÚCHIL

   Igual que usted, tengo todo listo para mi Altar de Muertos. Papel picado, pebetero, veladoras, el tinto y el puro del abuelo, el tinto de Mamá, el tequila reposado de Papá, el ron que le gustaba a los hermanos, los cigarrillos de cada uno, el pan de muertos, calaveritas de dulce, las flores de zempoalsúchil. Agua. 
   Como es sábado, estoy entre ollas y buenos olores guisando el mole y los tamales, preparando agua de frutas para los niños y una cantidad de dulces y chocolates para ellos... Siempre agrego frutas cristalizadas, que me encantan...
   Tengo listas las fotos de todos mis Fieles Difuntos, que son fieles porque no los olvido y ellos, estoy segura, tampoco me olvidan, porque a cada rato pienso que escucho sus voces, casi siempre para echarme porras y, a veces, jalarme las orejas, sobre todo en el caso de Mamá... Se ven guapos y así los conservo en la mente y el corazón... 
    La tradición mexicana, que incluye infinidad de frases relativas a la Muerte, la Calaca, la Señora Tilica y Flaca, la de ya te toca o esta vez no te toca, la que siempre te espera con paciencia... Tradición prehispánica que, como muchas muestras de nuestra actual cultura, es un sincretismo centenario de otras muchas creencias, que finalmente deviene en estos Altares de Muertos, con su pesada carga de recuerdos y con el banquete que se les ofrece a quienes, estamos seguros, llegan un día completito a revisar cómo andamos, "como andamios mi estimado", cómo nos está yendo en este mundo que a ellos ya no les importa en absoluto... 
   Me lleva un par de días, igual que a usted, colocar un Altar de Muertos. No me queda de maravilla, pero a mi me gusta y cada año agrego alguna cosilla por aquí, otra por allá, las cosas que se me olvidaron el año pasado... 
   La noche del 31, siempre llegan a casa muchos pequeños disfrazados para el Halloween, otra tradición de otra cultura, que se nos ha colado, pero ni modo, porque uno tiene la obligación de ser tolerante con las creencias de los otros, porque las nuestras no son las únicas del mundo... Llegan los pequeños, digo y siempre les hago que pasen a ver mi Altar y les doy un curso rápido de Historia, me hacen preguntas y se van cargados de dulces y de pegatinas de La Catrina, que imprimo amorosamente para que ellos se lleven todas las que quieran y piensen en nuestras tradiciones... 
   A pesar de todo esto, este año mi Altar de Muertos, de mis Fieles Difuntos, me tiene triste: 
   ¿Quién pondrá los altares cuando en este México nuestro matan familias completas?...
   ¿Quedará una abuela, una tía, una hermana que coloque las fotos de los que se fueron, no a su tiempo, sino arrebatados por una violencia que sobrepasa cualquier pensamiento?
   ¿Quién llorará en los panteones?, ¿Cómo podrán llorar si no hay tumba con el nombre del hijo, del padre, del hermano, del esposo, del amigo? ¿Dónde poner las flores y el pan de muerto?... 
   Pese a ello, me dedico a instalar mi Altar lo mejor que puedo, aunque a mitad del trabajo me siento a llorar a media sala, no por mis Fieles, que siempre me dijeron que no llorara, sino que los recordara con amor, sino por los que no tendrán Altar, deudos que les lloren o perro que les ladre y que se murieron a la mitad del tiempo... 
   Estoy poniendo cosas extras: más calaveritas y más cigarrillos y más calabaza en tacha y una ollita más gran de mole: quiero que alcance para todos los Fieles Difuntos que quieran llegar a casa...
   Porque, a como están las cosas, es probable que los Altares de todo México, no nos alcancen para todos los Fieles Difuntos... 
   Y nada más... 




   

jueves, 26 de octubre de 2017

EL SEÑOR DE LOS CARRITOS

   Me voy de safari. Peligro. Debo tener cuidado. Por lo mismo, visto pantalones color caquí, de soldado en desierto, con bolsas ocultas. No llevo aretes, collares, reloj, anillos, pulseras ni ningún otro elemento llamativo: a los animales les gustan las cosas que brillan. El cabello modosamente peinado en "chongo abuela" y recios zapatos negros, de los que permiten correr para alejarse del peligro o, en su caso, soltar una de las patadas voladoras que aprendí en mis clases de judo. (Las demás artes marciales todavía no estaban de moda, pero estas patadas en salva sea la parte, son muy efectivas, les digo). En el bolsón de Mapimí que llevo terciado a la espalda, estilo soldadera revolucionaria, llevo pañuelos para el calor y una cartera con una sola tarjeta bancaria, de las que tienen como tres pesos y medio. Y sí, también como otros tres pesos y medio en efectivo, porque a los animalitos también les gusta el tacto del papel... Antes de salir, practico un poco con las llaves del auto: hay que ubicarlas en la palma de la mano y dejar, entre los dedos medio y anular, el pico de la llave más grande: en caso de puñetazo, son mortales... 
   No llevo sombrero, porque estorba... 
   Llego al estacionamiento del supermercado y, antes de bajar, atisbo si está libre el camino. ¡Ufff!. Si está libre...
   Hago las compras que todas las amas de casa hacemos, en los safaris a los que nos hemos acostumbrado. A veces, algún marido también anda en los pasillos con su lista y su carrito, pero más bien son pocos y los carritos va llenos de pomos y papas fritas... Es otro tipo de safari...
   No piensen ustedes que estoy exagerando: ir a los mercados o a los supermercados es toda una aventura. Un safari. Una excursión que, en esta ciudad y en el resto del país, se ha convertido en un riesgo. 
   Si es en mercado, no tiene uno donde estacionar el elefante o el caballo. Por allí andan los hombres del trapo rojo, que pertenecen a la especie de "ataque inminente". Si no se les da propina usted puede ser víctima "ipso facta" de ataque mortal, el insulto y la agresión. A eso, agregue usted la basura, el lodo, los olores y, si se descuida, le toca alguna explosión de las de újule... 
   Si es en supermercado, los estacionamiento, ¡en todos lados!, son el campo de batalla en que atacan los animales, casi siempre en pareja porque, en el fondo, son cobardes: sólo en manada se sienten protegidos... Todos los días leemos de robos "express" en los estacionamientos y en la calle, a la salida de los bancos y, por desgracia, no estamos preparados para la defensa y para cuando llegan los polis lo único que queda por hacer es llorar y ver como, todos lindos, ponen sopetecientos metros de listoncito amarillo que dice "no pasar" y se van en Santas Pascuas, después de estropear las "pistas" que hubiesen podido quedar, como huellas digitales, huellas de zapatos, trozos de vestuario, y otras maravillas de las que salen en la tele, pero nomás en tele, porque aquí nuestros jenízaros no saben nada de los CSI Miami y Nueva York... 
    Salgo, pues, de mi safari semanal. Por supuesto, atrás de mi coche está estacionado no uno sino dos carritos de otro comprador que llegó antes y a quien le dio pereza llevarlos a su lugar... No grito, porque los ruidos llaman a los animales... 
   Pero veo al Señor de los Carritos... 
   Anda cerca de los 60 o cuando menos así parece. Sol, lluvia, viento, no importa. Anda por todo el lugar juntando los carritos que todo mundo deja desperdigados por todos lados. Le llamo amablemente: "Señor de los Carritooos"... Él reconoce mi vozarrón y se acerca... 
   -¿Otra vez, señora?
   -Otra vez, mire nomás... 
   Como ya hasta somos amigos, me ayuda a subir las bolsas al auto. Nunca acepta propina y me da la impresión de que, sencillamente, quiere hablar con alguien "de tú a tú", sin que lo vean de lado: para mí, es el vigilante de la jungla y pese a su fragilidad, me siento protegida cuando se acerca... 
    Porque esta ciudad, la otra, la otra y la de más allá, se han convertido en la jungla. (Aquí no está "El señor de los Anillos", pero está mi amigo El Señor de los Carritos...)
   Sólo que en esta jungla los animales tienen dos patas... 
   Y nada más... 






   

lunes, 23 de octubre de 2017

LOS TIMBRAZOS DEL DOMINGO

   Se supone que el domingo, ya les dije algunas veces, es día de descanso, pero es mentira: es el día de los timbrazos... 
   El primer timbrazo es de doña Erika, que pasa hace unos quince años con unas gorditas muy especiales, ¡de comal!. Nada del aceite rancio de tres días en el cual, a veces, flotan moscas y patas de cucaracha y de quien soy cliente fiel, pero medida, porque nunca he comprado más de tres...
  Más tardecito, pasa el Niño de las Flores: media docena de bellísimos crisantemos amarillos que tardan una barbaridad, a veinte pesos el ramo, en tanto que en las florerías de postín le andan a uno cobrando 200 pesos por media docena que se despelucha al día siguiente de haberlas comprado... 
   Silencio mortal. Regreso a la máquina, intentando seguir con alguno de los tres libros que tengo en preparativos hace mil años, confiada en que nadie molestará, porque ya hablé con mis nietos "por tele, Abuela", (skype, vaya) y me han contado sus aventuras: esta vez el padre los llevó al Castillo de Chapultepec "para hacer la tarea de conocer la Historia"... y también se que mis hermanas están bien... Escribo... 
   Pero suena el timbre. 
   -Fíjese que vengo de la casa hogar patatín donde... observo al chavito, en cuya bolsa de la nalga izquierda aparece un celular más grande que el mío, azul, trae vaqueros deslavados, pero de marca y una horrorosa "esclava" de oro o algo parecido, en la muñeca derecha, que le da un aire de pelafustán de callejón... 
   Lo observo, digo y lo despido con cajas "medio destempladas", porque aún no estoy muy enojada, carajo... 
   -Fíjese patrona que estoy juntando unos centavitos, que ayer se me murió mi niñita y no tengo para el entierro, fíjese... y exhibe en la mano un papel arrugado y amarillento...
   El individuo anda en los cuarenta, panzón muy respetable, con una camiseta que fue blanca y ya nunca lo será, llena de lamparones de algo que puede ser salsa de tomate, cerveza o cosas peores... Malévolamente le pido ver el papel y, ante mi imperioso comando, se atonta y me lo enseña: es efectivamente un papel membretado de equis hospital, receta fechada hace más de tres años... A ese si lo despido ya con cajas muy destempladas, porque parece ser que hijos, abuelitas, esposas, maridos, cuñados, la prima de la esquina y otros más, se andan muriendo en sábado y el domingo los "deudos" andan a la recolecta. 
   En domingo: día en que, a lo mejor, anda uno medio desvelado o medio crudo y medio cansado y entonces no presta mucha atención y hace su penitencia ofreciendo ayuda para el sepelio... ¡Pero no caí!... 
   El peor de los timbrazos dominicales es el de los "pregoneros del recuerdo", como se me da la gana llamarles. Casi siempre dos o tres señoras que antes del ¡Buenos días!, comienzan a adoctrinarme y a preguntarme si he leído la Biblia, "el libro del Señor" para que podamos discutirlo... Ahí las interrumpo. 
   -Esperen un momento, les digo. 
   Y regreso con mi Santa Biblia en "antigua versión de Casiodoro de Reina, (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602) y cotejada con traducciones de los textos hebreo y griego", los Salmos de El Nuevo Testamento de los Gedeones Internacionales, El Libro de Mormon, tomado de las Planchas de Nefi y traducido por José Smith, hijo, en edición de 1952, un Tratado de Buda de 1957, El Ying y el Yang, una edición a la que no alcanzo a ver la fecha de la Tora, otros libros más y entre ellos se me va el texto de Albino Luciani, "Ilustrísimos Señores", en edición española de 1978.. 
   Mis libros pesan una barbaridad, pero logro llegar a la puerta... 
   -Bien señoras, les digo: ¿ustedes ya leyeron todos estos libros?... Cuando los lean, con mucho gusto les invito un café y nos ponemos a platicar... 
   Se quedan mudas y se van... 
   Por alguna razón, fíjese bien, el domingo es cuando más timbrazos se escuchan, cuando menos en mi hermosa calle llena de almendros (que tiran hojas que es una barbaridad, pero las barremos). 
   Es como si las personas dedicaran el domingo no a descansar, sino a dar guerra a los demás que sí estamos intentando descansar o hacer algo distinto, porque es el día en que no suenan los teléfonos ni hay tareas pendientes, que se harán el lunes y hasta es posible que "el domingo se alargue como hilo de cometa" y parezca un día más largo que otros días, porque todo es posible... 
   Ya, por la tarde, el único timbrazo que estoy esperando es del señor con triciclo que pasa vendiendo tamales de masa, elote de chile y de dulce, bollitos de elote, atole champurrado y otras maravillas. 
   Tarde de domingo... 
   Y nada más.. 







 SAN VALENTÍN, EL ENAMORADO              Yo quería escribir toda suave y modosita sobre San Valentín y contar su enamoramiento de la hija de...