sábado, 17 de mayo de 2014

LOS CERILLITOS

   La fila no es muy larga, por lo cual cometo el error de ponerme en la línea. Primero, está un hombre en los cuarentas, grandote él, con un especie de sábana que deduzco es una guayabera. Es probable que, entre las lonjas de su redonda humanidad, esté una cartuchera pero no estoy muy segura... Luego, la Señora y atrás de ella y delante de mí, una muchachita pequeña que empuja un carrito y arrastra otro a medio llenar...
   El "Guayaberas" adopta el "modo obstáculo", es decir, bloquea totalmente la salida. La muchachita comienza a poner las compras en la banda que tantito se sume con el peso. La Señora permanece impávida e impertérrita, sin bajar la vista más allá de su, quizá, 1.55 de estatura, por lo cual está mirándome los hombros...
   La cajera se afana...
   El Cerillito, quien es mi amigo, empaca lo más rápido que puede, pensando en una buena propina, el pobre.
   El Cerillito tiene las manos llenas de pecas de la edad, arrugadas y ligeramente artítricas, creo, porque noto su gesto de dolor al abrir las bolsas, poner la mercancía lo más apretada posible, (los regañan si dan bolsas de más) y acomodarlas en el primero de los carritos que protege el "Guayaberas"...
   La cuenta es grande, como de dos mil sopetecientos veintiocho pesos y 38 centavos, creo. La Señora saca una billetera Prada de una bolsa Prada, (¡divina!, perfecta para una noche de farra en París), extiende una de las veintisiete tarjetas y firma con el mismo ademán conque, me imagino, firmaron la Constitución los Padres de la Patria. Guarda la tarjeta en el billetero y saca un monedero ¡divino!, y le da cuatro pesos cuatro, al Cerrillito que está a punto del infarto.
   A una seña de La Señora, el "Guayaberas" echa mano a la cintura como queriendo pelear, pero no: saca el boleto del estacionamiento para que lo sellen, que veinte pesos son veinte pesos... Inmediatamente, Guayaberas adopta el "modo moscardón", (esos bicharracos acorazados que vuelan alrededor de uno sin que nada los ahuyente)... La Señora camina lentamente hacia la salida, (al fondo, creo escuchar la marcha Aída, pero no lo se) y la muchachita empuja un carrito y jala el otro...
   Los Cerillitos... en algunos lugares, los disfrazan de jarochos con paliacate rojo al cuello. En otros, los uniforman de azul o verde o blanco. En todos lados, los Cerillitos se parecen....
   Son viejos jubilados de alguna oficina, trabajadores a quienes las pensiones no les alcanzan ni para las medicinas. Viudas que no saben hacer más nada que atender una familia, pero ya no tienen familia que atender ni familia que las atienda. Viejos solitarios y enfermos que apenas pueden con su alma y que hasta se sienten afortunados de tener la oportunidad de empacar el super de La Señora, ¡faltaba más!, porque eso les permite, en un horario brutal de ocho horas, tener una entradita extra para lo que Dios disponga, mientras miran como La Señora, usted y yo, afortunadas que somos, podemos comprar ese quesito especial, el juguetito de los niños, el pan de lujo y otras maravillas, y entre más alta sea la cuenta, lo prometo, más baja es la propina...
   Pertenecen a la tercera edad pero no están en sus años dorados. No saben de programas especiales ni tienen seguridad social, pensiones adecuadas o perro que les ladre.
   Son los Cerillitos a quienes, quizá, usted nunca saluda....
   Pero existen. Y alumbran, con su esfuerzo, una sociedad que camina a oscuras....
   Y nada más...
 
 

jueves, 15 de mayo de 2014

DOÑA CARMEN

   Doña Carmen anda por los cuarenta, es bajita, morena, tantito gordita pero guapa y la conozco desde hace un tiempo. Es dueña de las "Frutas y Verduras" en que encuentro algunas de las maravillas del día, incluyendo dulces mandarinas que mis nietos adoran...
   Ante la disyuntiva de sufrir penurias a causa de un marido que tenía el grave problema de un exceso de "productos de gallina", Doña Carmen decidió tomar el toro por los cuernos y ponerse a trabajar.
   Lo que tomó fue una carretilla y con la fresca de las cinco de la mañana, iba al mercado cercano a traer las frutas y verduras que comenzó a vender en lo que había sido la sala de su casa, (no más de tres por cuatro, no pidan más, hombre, que son "tamaño infonavit"), bien elegidas, fresquitas y un tantito, pero no mucho, más caras que en el mercado grande, que francamente está para llorar.
   Con un instinto natural de las leyes de la oferta y la demanda, sin más estudios que la primaria, Doña Carmen fue agregando artículos a su vendimia:
   -Debías tener aquí tortillitas..
   -Con este calor, pues unos refrescos, Carmen...
   -Ay!, Carmen ¿por qué no pones pollo?... ¡Está lejísimos el expendio!...
   Y otros etcéteras, por lo cual al rato Carmen cambió la carretilla por una camionetita de segunda mano, porque ya era un poco más lo que, todas las mañanas, acarreaba como hormiga, siempre fresco y sin fechas de caducidad como otras que me sé...
   Carmen iba ya por el segundo embarazo, pero no dejó de atender su negocio...
   Un día de norte huracanado en Veracruz, doña Carmen decidió mandar a volar al marido con viento fresco, porque no daba una y se la pasaba viendo una tele chiquita dentro del negocio y nomás estorbando... Correr al marido le permitió recuperar un metro cuadrado de espacio y ampliar el mostradorcito del pollo, al fondo a la derecha, además de quitar la tele que, parece, fue parte del acuerdo de huracanada separación...
   Ya más tarde, Carmen logró adquirir una camionetita cerrada, (no último modelo, es claro), pero cuando menos ya no le daba el norte de frente y podía llevar a las dos niñas a la escuela, que salieron ¡igualitas a su mamá!, trabajadoras, buenas estudiantes, a quienes miro con sus uniformes azules de escuela pública, (donde también, aunque usted no lo crea, a veces se encuentran buenos maestros), que se la pintan solas para ayudar a la madre y que hacen la tarea en el negocito, mientras cobran un pedido, saludan a la clientela, barren ¡otra vez!, la banqueta, quitan la basura para que esté impecable y no apeste a rayos fritos y otras maravillas y las miro, digo y me da el "orgullo ajeno", por ellas y por su mamá...
    En casos de extrema urgencia y para los buenos clientes, Carmen se trepa a la camioneta y tiene reparto a domicilio y si no es ella, es un sobrino chambeador que llega con la bici a dejar los pedidos y que se gana sus buenas propinas y va que zumba para, algún día, instalar su propio negocito...
   Y le cuento todo esto porque, en este momento, egoístamente, mi única angustia existencial no son las leyes políticas o energéticas, sino la ley hacendaria, por el impacto que está última pueda tener en mi entorno...
   ¿Carmen tendrá que darme factura por tres peras, dos manzanas, un cuarto de queso y medio de tortillas?...
   ¿Tendrá que comprarse una compu para las facturas electrónicas?...
   O lo peor, ¡horror!, ¿tendrá que contratar un contador experto en evasión fiscal, que son los más caros?...
   O, más peor, ¿llamará al marido para seguirlo manteniendo y ponerlo en el rubro de "deducibles"?...
   No lo sé. No tengo la menor idea y, a veces, se me ocurre escribir una carta de queja a alguno de los diputados de mi distrito, pero no estoy muy segura de que sepan leer...
   No se pierdan el próximo capítulo...
 
 
  

martes, 13 de mayo de 2014

LOS JUEGOS DEL HAMBRE

  Estaba decentemente tratando de escribir un texto muy oficial, consultando mis viejos códigos, que se han quedado obsoletos y ob - solitos, por culpa de los vagabundos vividores que tenemos, esos a los que les dicen di-puta-dos y cena-dores, que se gastan mis impuestos en cafecito y cosas peores, que no digo, porque soy una niña decente y esas cosas no se dicen, nomas se mientan, de vez en cuando, caraxo...
   Estaba, digo, aplicadísima al asunto cuando sonó el timbre, "ringggggg", lo cual significa que el individuo que tocaba estaba desesperado... Pegué un salto hasta la lámpara, que no está muy alta pero si peligrosa, porque a media mañana no esperaba a nadie, había pagado religiosamente mis impuestos, mi Petrushka había terminado sus labores, ( y además, tiene llave), y ya habíamos hecho las compras y a los de la basura, el gas, el velador, el policía, el cartero, el repartidor de periódico y otros individuos que me exprimen cada semana, no les tocaba darme lata...
   Me resigné a salir al calorón de 37 grados a ver al culpable...
-Perdón, señora, perdón...
   ¿Perdón de qué?, pensé muy inteligentemente...
   Luego luego me dí cuenta del asunto, que tan bruta no soy... 
   El presunto era un hombre de baja estatura, cabello y bigotes canos y sin peinar o más bien, peinados al estilo "vientos del noroeste", moreno y enjuto, con un pantalón de dril gris y una camisa que fue azul en los tiempos de María Castaña, apoyado en una muleta hechiza, es decir, un palo de escoba, (pero vieja), con una cruceta clavada al Dios dirá, donde apoyaba el brazo izquierdo. Su pierna izquierda terminaba a la altura de la rodilla...
   -Perdón, señora, perdón...
   No le permití seguir, entré a casa a buscar el monedero, más bien escuálido, para darle unas monedas que de ninguna forma lo ayudarán, porque no le alcanzarían más que para un kilo de tortillas o una coca o una picada veracruzana, o, quizá, para una cerveza, no lo sé, no quiero saber, porque también soy cobarde...
   Me acerqué al portón y deslicé las monedas en su mano...
   -Gracias, señora, perdón, cuídese mucho, que viene un norte muy fuerte con rachas de ochenta kilómetros, se cuida por favor, que también hará frío y muchas gracias, perdón, señora, perdón...
   Me miraba con ojos de impotencia...
   Me quedé pegada al portón, mirando como caminaba dificultosamente, arrastrando su muleta, sus 70 años de pobreza, su angustia de toda la vida, su vergüenza por pedir limosna, su desesperanza de hasta nunca....
   Allí me quedé, enfurecida y con los ojos arrasados, pensando en los maravillosos programas contra la pobreza, los regalitos de casas a las madres, el seguro popular, (que pagamos usted y yo con nuestros impuestos), el desabasto de medicinas, la madre que parió en el baño del hospital, los viejos abandonados en el asilo y en la calle...
   Allí me quedé...
   Hemos llegado, me dije, a lo juegos del hambre. Ni siquiera hay que pedir voluntarios porque millones de mexicanos, involuntariamente, juegan todos los días los juegos del hambre. ¿Quién fue este viejo, que hizo, dónde perdió la pierna?.. ¿Qué hospital no lo atendió, que sociedad permitió que salga a la calle arrastrando su vergüenza para pedir limosna?... ¿Qué carajos hice yo para impedirlo?...  
   Y el maldito timbre me destrozó la mañana...



lunes, 12 de mayo de 2014

LOS FESTEJOS

La Madre se levantó tantito antes de la siete, a preparar el desayuno del marido, (que sí iría a trabajar), y el desayuno de los más pequeños, (en los veintipico, los angelitos), que se levantarían tarde porque les habían dado libre el día festivo.
Luego de lavar los platos, ¡feliz día de la madre, mamacita!, la Madre se fue al marcadito grande, porque anoche los hijitos mayores, (en los cuarentipico, ellos), le avisaron que irían a comer para festejarla: ¡cómo no, mamacita, si es tu día y allá vamos a verte!, dijeron con mucho amor.
La lista del mercadito era más bien grande, porque había que comprar las cervecitas para los mayores, el whiskyto del señor marido, que no tomaba otra cosa, "por la presión, mija, que ya me caen mal las cubas", las cocas de dieta para las cubas de la mayorcita, pobre, que estaba tantito pasada de peso pero que le pidió unos tamalitos para la fiesta, (mamá, porfa), que a la Madre le hizo de emergencia una su vecina, que total, también tenía la dicha y el honor de que sus hijos llegaran a saludarla en tan especial ocasión, o séase...
A ver: faltaban las botanas, ¡faltaba más!, un poquito, (muchito),de queso para picar, las aceitunas de Carlitos, las papas de Fulanita, (la gorda), los refresquitos de los nietos, pobres, que no podrían comer el mole y los tamales, por lo cual habría que prepararles una sopita de pasta o algo para llenarlos y estar pendiente de que no se comieran los alimentos que les habían prohibido los doctores, ¡qué barbaridad!, mamá, si mijito no puede comer eso, ya te dije...!
Cuando la Madre regresó del super, la pobre  azagata ya tenía cocidos los tres pollitos, (menos, imposible), y había lavado la "superolla", patrona, que me costó mucho trabajo sacarla de hasta arriba, donde la pusimos el año pasado, le dijo, toda sudorosa y más bien enfurruñada, como cada vez que la Madre le avisaba que vendrían los hijitos, que ya sabía a lo que se enfrentaba...
Tres pollos y dos kilos de pasta de mole más tarde, con la mesa puesta de manteles largos, las chelas enfriándose, los refresquitos fresquitos, la botaniza en las charolitas, los servilleteros llenos, el árnica, la caja de curitas y  el sal de uvas muy a la mano, a la Madre le dio tiempo de darse un baño rápido, tapar las arrugas de cansancio con tantitos polvos de la madre Matiana, ocultar las canas con su peinado de emergencia, (no le dio tiempo de ir al salón), y volar a la sala a proteger los controles de la tele con la bolsita de plástico que siempre le ponía en estas especiales ocasiones, por si las chelas y las salsas, revisar que estuviera bien puesta la mesita de los nietos, en el rincón menos peligroso, (sin cristales cercanos), revisar que la azagata hubiera puesto todas las sillas y es claro que se encontró al marido, "pedí permisito, mija, para acompañarte", echándose la primera para los nervios, cómo nó, que ya sabes que ver a la familia me gusta mucho pero me da temblorina, dijo...
La amable vecina, con la cabeza todavía llena de tubos de colores, le llamó por teléfono para que fuera por los tamales, que ya estaban listos y todavía faltaba, ¡Válgame Dios!, recoger el pastel que había encargado la noche anterior, cuando le avisaron de la fiestecita y las cuatro bolsas de hielo, "a ver si alcanzan", en la tienda de la esquina abierta las 24 horas del día, por supuesto, que para eso las tiendas de conveniencia se pintan solas...
¡Qué felicidad de la Madre!...
Fueron llegando los hijitos con mucho amor, cargados de más botanas y hasta (eso creo), de un ramo de flores más bien mustias, que uno de ellos había comprado de carrerita en una parada de semáforo, porque al otro bruto se le había pasado comprar el arreglo floral que todos habían pensado en honor a la Madre, pero había tenido festejo de oficina y apenitas se iba levantando el pobre y la lana se la había gastado para curarse la cruda...
No cabían en la mesa, aunque era grande. A la Madre le tocó en la esquinita, (lo más carca de la cocina posible, para que todos estuvieran atendidos)... Mamá, pásame otro tamalito, Mamá, sírveme otro platito de tu mole, que me gusta tanto, Mamá, ¿Qué ya se acabaron las chelas?, mamá, ¿hay más tortillas?.... ¡Niños, no griten tanto!
Una hermosa comida...
Con la fresca de las doce de la noche, (la muchacha había caído rendida en la batalla), mientras la Madre levantaba el desa - guisado del comedor y lavaba los últimos platos de la cumbancha, en la sala había un sonoro des - madre, porque los hijos y el marido estaban viendo la repetición del partido de la mañana, los pobres, porque no lo habían visto para festejar a su mamacita del alma...
Esto y cosas peores, pasan en el día... de la Madre.
Y nada más
 
 
 
 
 

 SAN VALENTÍN, EL ENAMORADO              Yo quería escribir toda suave y modosita sobre San Valentín y contar su enamoramiento de la hija de...