lunes, 9 de abril de 2018

LA TIENDITA DE LA ESQUINA...

   Quizá usted también se acuerde, -¡tan anciana no estoy!-, de la tiendita de la esquina. Aquella que siempre estaba en una esquina y a la cual los niños corríamos porque a Mamá se le había olvidado un detalle para la comida o por un cuarto de un queso fresco siempre delicioso y otras maravillas de la vida, incluyendo unas estampitas de los álbumes, con fotos de artistas y todo lo demás. 
   Yo me acuerdo. 
   (Luego llegaron las "tiendas de conveniencia", esas que siempre me han parecido el lugar dedicado a la farra, porque hay vinos y licores, chelas, hielitos, papitas, cacacahuates, cigarros, encendedores, galletas, jueguitos, revistas de segunda y algunas otras cosas, incluyendo pagos de tarjetas bancarias y otros servicios y la madre del muerto...) 
   Las tales tienditas fueron muriendo, lentamente, de muerte nada natural. Eran lugares en los que se encontraba de todo y que, en algunos casos, acercándose el fin de quincena, hasta daban crédito a ciertos vecinos "a la palabra": "no se apure, aquí se lo apunto y lo espero el día 15", decían los dueños y permanecieron así hasta la maldita globalización, la "convenienciación", (palabra que me acabo de inventar) y santas pascuas. 
   En algunos casos, algunas de aquellas tienditas de la esquina lograron sobrevivir: empresas familiares que, con trabajo arduo, todos los días de la semana, con horarios largos y hasta en días de fiesta, están abiertas al público. 
   Son lugares en los que los empleados conocen a todos los clientes. Uno puede echar pleito porque no ha llegado el pan que le gusta o porque hoy no hicieron esa salsita de chicharrón de chuparse los dedos o porque no encontró el quesito ranchero para las picadas, hombre, que sin tal queso no sabe nada. Forman parte de la vida cotidiana. Son las pequeñas tienditas que crecieron. Dan factura, pagan impuestos, limpian sus banquetas, se paga con tarjeta o con cheque y hasta tienen servicio a domicilio... 
   Una de las tales tienditas de la esquina está a unas cuadras de "la casa de usted" y me encanta: adornan toda la tienda en las fiestas de guardar: Navidad y Año Nuevo, Los Reyes, el Día del Amor, Día de la Madre, Día del Maestro, Día del Niño, Día del Padre, Día del Compadre, las Fiestas Patrias... Se gastan, por navidades, una millonada en adornar todo el edificio con lucecitas y sacan un cable negro y gigante para poner luces de colores en los arbolitos del camellón... Forman, repito, parte de nuestro barrio... 
   Y como el camellón está limpiecito, ya llegaron... 
   Digo: ya llegaron los "ambulantes" que no deambulan...
   El Gordo Número Uno se instaló con una nevera toda madreada, una mesa de plástico, dos sillas, dos canastas y sus bolsas de plástico... y el olor del pescado que está a pleno sol, por lo cual el Número Uno ya puso una sombrilla de playa... 
  Los perros, animales inteligentes, no se paran por allí porque apesta que es una barbaridad... 
   Pero llegó el Gordo Número Dos. Silla, banquito, pizarrón de anuncio y mesa en que unos trozos de "longaniza y carne ahumada de Chinameca" están expuestos al polvo de la calle y aquí sí andan los perros, indecisos entre el olor de la longaniza reseca y el nauseabundo olor de los pescados de sepa cuándo...
   Si usted creo que me lo invento está equivocado, porque llegó el Flaco Número Uno: ese, listo el chamaco, llegó con sombrilla desde el principio, con una canasta sobre tripié y un cartelón amarillo canario que anuncia, ni modo, "tacos 100% chilangos"... Y a unos dos metros, sobre el mismo camellón, está la Chava Número Dos: esa expende jugo de naranja y no tiene más que una neverita y unos botellines de jugo que quizá sea de naranja, pero no me consta...
   ¡Por supuesto que ni los gordos ni el flaco ni la chava dan facturas!. Tampoco pagan impuestos. Dejan la basurita hecha bolita junto a los árboles que se quedan todos lacios por la impertinencia. No se si estén registrados en Comercio o, de plano, son de los que pagan "derecho de camellón" y quién se mete con ellos, que tan valiente no soy, carajo. 
   Apenas la semana anterior los vecinos de mi calle pagamos para que se llevaran la basura que dejó una señora que instaló un puesto de fritangas en nuestra esquina... Me atreví, ayer, a tomar una foto para hacer una denuncia ciudadana... En cinco minutos, la señora y la chava levantaron el tinglado: neveras, bolsas, refrescos, canasta y dos mesas y apareció, de la nada, un auto amarillo, nuevo, en el cual  acomodaron todo el bastimento y salieron "hechos la raya"... ¡No alcancé a tomar fotos de las placas del auto, lo que me tiene muy enfurruñada!... 
  Aquí el señor marido opina que un día de estos me agreden por andar de metiche. Tiene razón... 
  Pero me es intolerable esto de los "no ambulantes", -aunque usted me dirá que ¡pobres!, es la lucha por la vida y estoy de acuerdo-. Pero no creo que sea correcto que aquellas "tienditas de la esquina" que siempre han cumplido con sus deberes, se vean agredidos por dos bandas: las cadenas de la conveniencia y los "no ambulantes" que se amparan en "la necesidad", quienes, si uno les ofrece trabajo dicen que no, pos'como. "Eso es trabajo, yo quiero que me ayuden"... 
   ¿Y quién carajo nos ayuda a los ciudadanos que sí pagamos impuestos, damos recibos, pagamos el predial, la basura, la tenencia, el agua, la luz y sopetecientos gastos más?... 
   Y al rato regreso, porque ando viendo lo de comprarme el perro gigante... 
   Y nada más...

   

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