miércoles, 30 de julio de 2014

EL DÍA DEL TEMBLOR

 
   Cada vez que tiembla, (martes, 5:46 de la mañana, 6.4 Richter), pienso en mis padres. (No joven amigo, no en esos viejitos necios que son los abuelitos de sus hijos. No.) Yo pienso en mis padres jóvenes, hermosos y enamorados, que hicieron más cosas de las que ustedes y yo hemos hecho o llegaremos a realizar.
   Pienso en ellos y en una de sus historias de amor. Ocurre que mi madre, una güera grandota y bella, maestra normalista a la vieja escuela, llegó a un hermoso pueblo donde mi padre, el guapo, la miró y dijo: "Con ella me voy a casar". Los amigos se rieron, pero así fue. Festejaron poco más de sus Bodas de Oro, antes de partir.
   El caso es que Mamá, fuereña, culta, directora de la Escuela Primaria del lugar era una de las personalidades del pueblo, (los otros eran el alcalde, el cura y mi papá), y a pesar del agnosticismo de mi padre, ("yo creo en Dios, no en los curas", decía), se organizó en Semana Santa una representación teatral donde a Papá le tocó el papel de Herodes.
   Gran escenario, todo el pueblo reunido, banda pueblerina, discursos, obra de teatro. A Papá lo sentaron en una silla de esas grandotas como de obispo, bien caracterizado.
  Con su hermosa voz, su parlamento, en el momento de la muerte de Cristo, lo obligaba a decir:
   -¡Pero que es esto, la tierra tiembla!...
   Y tembló.
   Y allá va mi padre, con todo y trono de Herodes, proscenio y demás parafernalia, al suelo, mientras la obra de teatro se iba al carambas y se armó la tremolina. Mis padres lo contaban muertos de risa y cada vez ponían más detalles...
   Pero esta vez no sólo pensé en mis padres, sino en todos los temblores por los que hemos estado pasando los mexicanos quienes, sin darnos cuenta, estamos inmersos en un período de "sismismo". No me equivoqué, repito, SISMISMO, que no es otra cosa que un "conjunto de fenómenos sísmicos considerados colectivamente", que nos han estado moviendo el piso, el techo, la cuenta de banco, los impuestos y otras madres y no hay protesta que valga, ni caminata, ni marcha, ni será el sereno.
   Porque si usted se fija, estamos inmersos en los estremecimientos de la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión, los calambres de la Ley de Inversión Extranjera, la temblorina de la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito, los espasmos del Código Penal Federal, los temblores de los ejecutivos estatales antes la Ley Federal de Entidades Paraestatales, y los estertores, casi epilépticos, de la Ley de Educación...
   ¡Ya no pongo más!, tengo a la vista no menos de 25 nuevos lineamientos jurídicos  federales, más los estatales y los que se acumulen esta semana, que han cambiado en los últimos meses y ya todo lo que estudié en derecho no me vale para un carajo, a pesar de mis dieces.
   Al final, llego a pensar que el sismo del martes pasado no fue un simple acomodamiento de las capas tectónicas de la Tierra, sino que la Tierra, como el ente vivo que es, se sacudió los hombros abruptamente para ver si era posible librarse de esta raza bípeda, nosotros, que la estamos llevando al matadero.
   Bien decía mi padre:
   -¡Pero que es esto, la Tierra tiembla!...
    Y nada más...
 
 
 
  


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