jueves, 24 de julio de 2014

EL ROSTRO DEL MIEDO

Para doña Alma Liévana, quien extraña mis palabras...
   Son las 22.45 de la noche. Estoy intentando escribir, porque lo he dejado por cosas que no le interesan a nadie más que a mí y a mis 327 Jerrys, y a mis tres lectores y medio que me echaron bronca por la ausencia...
   Suena el timbre y los miro, juntos los cuatro, detenidos en el portón de mi casa, como patitos de feria, vestidos con sus trajes de camuflaje negro - blanco, con los chalecos kevlar, sus AK-47, sus cascos negros. Uno de ellos destaca por su estatura, pero el comandante es el bajito de la derecha, con el arma terciada de cartucho cortado.
   -Señora, sonó una alarma...
   -No en esta casa, dije...
   -Necesitamos su ayuda...
   -"Ay carajo", pensé.
   -Es en la casa de junto, señora, ayúdenos...
   -A mi temor, se impone mi conciencia ciudadana. Abro el maldito portón y pregunto:
   -¿Qué pasa?..
   -Sonó alarma en el edificio de junto a usted. Vimos una sombra dentro, la puerta está abierta y otra sombra pasó sobre el techo...
   Otro carajo me sale del alma, porque me retumba el corazón como en su centro la tierra, hombre. El marido escucha el escándalo y se levanta, medio dormido, en plan de guerra... ¿Dónde vas?..
   Ni le contesto. En ese momento, mi amable vecino en piyama y descalzo, ha salido por el escandalazo del alarma, "al - arma", el girospopio rojo - azul de la camioneta de la Policía Naval, mi vozarrón más fuerte por el temor, los pasos militares sobre la banqueta y el "uuuuuhhhhh" de la bocina oficial...
  No podemos entrar, señora, si un civil no avala nuestra participación. Por favor, ayúdenos.
  -¿Nos permite revisar?... Usted es la colindancia...
   Ay, carajo, dije. Colindancia. Que palabrotas a estas horas de la noche...
   Miro a la izquierda y mi vecino ya está en la puerta, con su joven hijo, aterrados como yo, que hemos sufrido algunas "inclemencias de la violencia que no existe en México". Y tampoco en Veracruz, claro, hombre de Dios.
   -¿Me acompaña, por favor?...
    El vecino le pide al hijo sus lentes y zapatos, que anda en piyama y clanclas. Hay 28 grados y son las once y cinco de la noche...
   El marido mío, a quien dejo en la puerta de la casa para resguardar el fuerte, abre el portón del jardín para que uno de los cuatro patitos navales pase a revisar. Prendemos todas las luces, porque hace no mucho tiempo han entrado a casa. Revisa. Miro como le escurre el sudor sobre la frente y bajo el casco negro. Es un hombre bajito, fuerte, moreno, pero está pálido, me imagino que igual que yo estoy más bien morada...
   Caminamos unos pasos, vuelta a la derecha, el portón principal del negocito está abierto.
   -Por favor, déjenme tomar fotos...
   -A nosotros no, señora, por favor...
   -A ustedes los respeto. Quítense...
   -Tomo fotos del portón, no forzado, abierto, mientras el "al - arma" sigue sonando...
   El vecino amable, su hijo y yo somos más bien empujados hacia la derecha del portón, a resguardo de un probable fuego cruzado, pero allí estamos como idiotas, tratando de ser útiles...
   El corazón me retumba.
   El comandante corta cartucho. Entra el primero. Está pálido bajo su piel morena. Ahora el sudor no son gotas, son chorros que le bajan por las mejillas y en la nuca, que miro como en sueños. Espero que sea un sueño, me digo...
   Pero el calor y el viento cálido me siguen haciendo sentir que es la realidad...
   -!Alerta!, dice el Comandante.
   Los otros tres, el alto y los dos de mediana estatura, el que revisó mi jardín y otro más, se destraban el barbiquejo, cortan cartucho y entran...
   Los miro: podrían ser mis hijos. Andan en treinta años, cuando mucho. Son hijos y hermanos. Tíos. Deben ser padres. El miedo hace pálidos sus rostros, que es lo único que se alcanza a ver bajo toda la parafernalia del uniforme, ¡carajo!, a tantos grados de temperatura. Botas cerradas de campaña. Chaleco antibalas. Ellos no saben si, al entrar, los recibirán a balazo limpio, mientras el vecino, su joven hijo y yo, aterrados, estamos a resguardo tras la pared...
   Finalmente descubre que un tarado "máistro albañil", está pintando a deshoras, porque no pudo venir en el día y "pos no oi el ruido", dice el bruto.
   Ellos, los cuatro hombres uniformados, cumpliendo su deber, tienen miedo.
   Ahora entiendo que entren a balazo limpio, carajo. Entiendo. Yo hubiera entrado con la espada dsenvainada, la .45 con cartucho cortado y pecho a tierra, digo...
   Tienen miedo.
   Yo también....
  
  
 

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